La celebración de la costumbre es la que da la vida, dicen los sabios otomíes.

 

En otomí, las llaman baadí, los que saben. Ellos y ellas, curanderos y curanderas son los encargados de hacer la ceremonia para que nadie se olvide de pedir que venga el agua a levantar las milpas. Si no hay costumbre, hay más peligro de sequía.

En estos días de la siembra, las ceremonias de la costumbre se están haciendo en los cerros, para escuchar los buenos mensajes que llegan por medio de los curanderos. Así los maíces se echan con más confianza en el agujero que hace la palanca o coa, a cada paso del sembrador.

La costumbre no es de ahora, sino de los tiempos que se pierden en la memoria. Es la fuerza de los pueblos nahua, ñuhú y masapijní. Es el modo de sintonizar el alma con las fuerzas del universo, el ximhöí. Es el camino para vivir en paz.

Con las costumbres grandes que se hacen en las mesas, la gente se siente más segura de que la cosecha con la ayuda del agua, del fuego y del viento. También con las que se realizan en la parcela antes de sembrar, con ceras, copal o tutsi, flores, cigarros, aguardiente y una oración.

Marina Luis, curandera joven de la comunidad de el Pericón nos explica en pocas palabras el camino de una baadí como ella y lo importante que es la costumbre para que los pueblos tengan vida.

 

Ahí está la invitación de Marina, para que la costumbre de los anteriores no se pierda y se siga haciendo en los cerros de Chicontepec, de Zontecomatlán y de Texcatepec.

Toda la gente quiere que tanto trabajo de rozar, limpiar y sembrar de estos meses se convierta en una cosecha grande en el mes de octubre, para que en Todosantos podamos comer todos; vivos y difuntos.

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