Las mujeres otomíes están sabidas de lo que pasa en el otro lado.

 

Muchas tienen a sus esposos o hermanos en el otro lado, o en Monterrey o en Pachuca. Las mujeres en las comunidades de la sierra están atentas a todos los detalles de la vida de los que se fueron a trabajar.

Bien se conoce ya que la mayoría en Nueva York y en Carolina del Norte trabajan en el lavado de carros, el carwash, en la jardinería, en la construcción y en los restaurantes. Este último trabajo se acabó en el Bronx y en Queens en estos tiempos de la pandemia y apenas empieza a resucitar.

Los que están en el campo como René Chavez, recogiendo y empacando ocoxal de pino en Carolina del Norte, trabajan sin peligro y sin amontonamientos peligrosos.

Todo el tiempo en la cocina y mientras van por leña están pensando las mujeres en que no haya peligro y a ninguno de los hombres les pegue la enfermedad del covid.

Que los que andan cortando manzanas no estén de a varios apretados en las casas de la empresa Stemilt de Washington. Que no se caigan de la escalera, mientras cortan las cerezas, las cherris, ahora que ya se vino el calor.

Nos platica sus pensamientos María Tiburcio Mauricio de la comunidad de la Florida en el municipio de Texcatepe. Ella tiene a su esposo y a sus dos hermanos del otro lado y también a su papá.

 

La emigración no es para hacer realidad eso que llaman el “sueño americano”. Ese sueño es invento de la televisión. La emigración es para poner los block de la casa y un techo de colado y para tener algo para pagar los peones para la milpa.

Las mujeres lo saben y por eso los están esperando. Los hombres también esperan adelantar el momento en que puedan regresar.

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