Poema “Flores en la vía”.

Sofía Orozco, escritora y estudiante de educación en Guadalajara nos comparte un poema…

A veces al despertar es difícil recordar dónde estoy. Cada mañana el cielo me
regala el mismo sol pero una montaña diferente, una nube diferente, una flor
diferente.

El mundo me sabe muy grande, a veces también sabe a sal.

Un día salí de casa, mamá nos pidió tomar pocas cosas, yo que aún no entendía
que las despedidas se dan no solo cuando se dice adiós si no que hay
despedidas tan silenciosas como violentas. Yo que me fui sin tomar mi muñeca
favorita. Me pregunto ahora si alguien juega con ella.

El día que salimos de casa salimos de nosotros mismos, mamá decía mucho que
merecíamos una mejor vida. Yo nunca entendí que tenía de malo la nuestra.
El caminar y el dolor de pies se volvió la rutina.

Al cruzar aquel parche de tierra olvidada dejé atrás más que mis raíces, a veces
pienso que si fuera una flor, no habría sobrevivido ser arrancada de mi suelo. A
veces quisiera ser una flor.

La primera vez que vi el tren fue como si todos los miedos que había sentido me
explotaran en la cara y no hacían más que estallar una y otra vez conforme la
campana avisaba al pueblo que la Gran Bestia atravesaba el corazón del camino.

Corrían, mi mamá cargó a mi hermano y corrió también, yo me quedé viendo unos
segundos como se pasaba delante de mí los sueños que había creado a partir de
las promesas de mamá. Corrí y me lastimé pero pude saltar, siempre había sido
muy rápida al jugar, pero sin juego las piernas parecían temblar.

Luego se volvió más fácil subir, se volvió más fácil imaginarme en otro lado, pero
lo que nunca se fue, era el miedo. Ese día nos conocimos y decidió que no me
dejaría sola. Y pues si, lo dice alguien a quien la vida se le escapa entre los dedos
pero las ilusiones tienen la misma forma que una vía o una flor, las ilusiones que
disfrazan la libertad y el esperar por un mejor mañana.

Los horrores que impregnan los pueblos de paso se respiran con amargura al
caminar entre las casas mal pintadas y las limosnas que se consiguen de los que
no han olvidado que el tener hoy no significa que tendrás mañana, hace mucho yo
no he tenido realmente nada.

Se percibe una hostilidad al ser humano, de hecho mientras más pasaba el
tiempo más me convencía de que esta humanidad era tan ficticia como lo era la
idea de que este sería un viaje fácil.

Si la luna pudiera contar los secretos de los migrantes a las estrellas, llovería
polvo plateado por días de la tristeza de los astros y de su llanto para los pobres
viajeros que han perdido el camino y para los muchos más que aún siguen
esperando.

Si los migrantes pudiéramos contar los secretos, nadie escucharía, pues la
nuestra es una voz que no tiene letras, que no tiene sonido, es una voz ahogada
en el río, o una voz interrumpida por una frontera más dura que el lenguaje.
Si las flores nacen en todos lados y siguen siendo bellas, ¿por qué no las
personas?

Por mucho tiempo estuve enojada con el mundo, yo no tenía la culpa de haber
nacido en otro lugar, estaba condenada desde el momento en que mi célula
existió en una mancha geográfica. Que destino tan cruel el que se pinta desde
mucho antes de nacer, el que no puede cambiarse.

El seguir y seguir y seguir. Seguir porque no queda de otra, porque detenerse en
el blanco de la incertidumbre con las miradas del privilegio viendo sobre el hombro
no es una opción, porque en el momento en el que los sueños y la esperanza se
tornan ilegales, deja de haber otras opciones.

Mi nombre se ha borrado varias veces de la memoria de la Tierra, un nombre deja
su sentido cuando se deja de pronunciar, cuando te es arrebatada tu identidad
porque no vale lo suficiente como para ponerla en un papel.

Ahora voy como van las flores en la vía,
sigo el camino y aunque me corten vuelvo a crecer,
rezo por no toparme con espinas o que algún desgraciado me pise sin ver.
Y viajo porque es la única manera que tengo de florecer.

Voy como las flores de la vía, que viven al día,
Que a pesar del peso de un tren y la sequía,
No mueren en mí la esperanza y la alegría.
                                                                                                         

                                                                                                                                      Sofía Orozco.

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